¿Qué significa solidaridad hacia las prostituidas?

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Traducción: Adriana Zaborskyj

Desde hace días me asalta la pregunta de cómo puedo expresar lo que es para mí la solidaridad hacia las prostituidas. La razón es la Ley de Protección a las Prostitutas, que viene este verano y su consiguiente obligación de darse de alta.

Lo digo desde el principio: si alguna vez tuviera que volver a prostituirme porque estuviera en una situación de emergencia de la que no pudiera salir, no me daría de alta. Me cortaría la mano derecha antes de hacerlo.

He hablado extensamente sobre el requisito del registro (así como sobre la obligatoriedad del asesoramiento y del uso del condón) porque la introducción del modelo nórdico, con su sanción para los puteros, ni siquiera se ha tomado en serio en el debate en Alemania como yo lo hubiera deseado. Pero también, porque la obligatoriedad de darse de alta para las prostituidas extranjeras, que vienen de casas pobres y tienen que “trabajar” aquí, y para el actual 70% a 90% de todas las prostituidas, significaría una mejora de su estatus actual en comparación con su estatus anterior. La obligatoriedad de darse de alta posibilita, no sólo poder saber dónde se encuentran actualmente estas mujeres, es también una protección para aquellas que “desaparecen” porque ya no pueden seguir siendo “usadas”, están demasiado destruidas o se han resistido. También posibilita que las prostituidas extranjeras, que han “trabajado” aquí y han pagado impuestos (pues se ve que el estado alemán diligentemente se beneficia comercialmente del abuso sexual de mujeres), además de tener obligaciones tributarias, finalmente se les concedan algunos derechos: por ejemplo tener el derecho a la seguridad social que les posibilitaría salir de su situación de prostitución. Esto es importante. Lo que nosotras las abolicionistas hemos logrado ha sido correcto e importante, pero sin embargo hay un PERO y ese PERO es gigante.

Siempre he dicho que comprendo bien a las prostituidas alemanas que están en contra de la obligatoriedad de darse de alta y que odian todo lo que tenga que ver con las autoridades. Nunca olvidaré cuan apartada de la sociedad, criminalizada y sin derechos me sentía cuando tenía que prostituirme. Entiendo muchas de las demandas de las prostituidas alemanas, aún cuando se llamen a sí mismas “trabajadoras sexuales” (por ejemplo la petición de ser dejadas en paz por el estado). Yo también lo habría querido. En una situación en la que, para la mayoría de las mujeres prostituidas, ha significado no tener más opción que la de prostituirse, no hay nada más comprensible que el deseo de, por lo menos, en una situación de mierda como esa, no tener que adicionalmente ser acosada con esa basura represiva, siendo que el mismo estado, en la mayoría de los casos, les ha abandonado (falta de intervención en el maltrato infantil, falta de atención para las víctimas de violencia sexual, falta de condenas en casos de violación, persecución negligente de la violencia doméstica, la prostitución forzada, el abuso, la coerción, etc., sanción económica para las mujeres que se separan de los hombres, una degradación del nivel social y financiero para las madres solteras, etc.). Recuerdo una vez, en un piso burdel, cuando tuvimos una visita de la policía: ellos sentados en la cocina, donde procedieron a revisar nuestra documentación y nos informaron que por nuestra actividad deberíamos pagar impuestos. Todo eso, mientras nosotras estábamos de pie en ropa interior, aturdidas, demacradas, a mi compañera se le veían en el abdomen los moratones (causadas por el dueño del burdel) y yo con 19 años siendo “guiada y capacitada” por un policía acerca de la prostitución (ahora sé que debido a mi edad aplicaba el castigo por trata de personas), en medio de dos perros de combate gigantes del dueño del burdel y al lado del administrador que nos controlaba.

La segunda vez que tuve una visita, esta vez de la policía estatal, querían saber si con las filmaciones hechas por el jefe del burdel, había sido chantajeado alguno de los “clientes” (había cámaras en el pasillo y después me enteré que en las habitaciones también). No se les ocurrió pensar que las cámaras estaban allí para controlarnos a nosotras (para saber el número de “clientes”) y para extorsionarnos a nosotras (las grabaciones de lo que pasaba en las habitaciones fueron hechas sin nuestro consentimiento). Por supuesto, no llegaron a estas conclusiones o hicieron como si no fueran  relevantes.

Esto es lo que le interesa al estado alemán: los impuestos y que todo se ejecute sin problemas. El estado no te pregunta: ¿estás voluntariamente aquí?, ¿necesitas ayuda? o ¿quieres hablar con nosotros sin estos tipos como armarios a tu lado?, ¿quieres salir de aquí?, y si es así, ¿qué necesitas para poder hacerlo?.

Este estado es patriarcal y si puede seguir explotando financiera y sexualmente a las mujeres afectadas lo va a hacer. Es una maravilla poder ver que el estado ahora usa la obligatoriedad del alta en la seguridad social para enviar cualquier alta inmediatamente a la oficina de impuestos y asegurarse un pedazo del pastel.

Si alguna vez tuviera que volver a prostituirme no cumpliría con tal requerimiento. Yo apoyaba la obligatoriedad de darse de alta porque en aquel momento era todo lo que podíamos recibir y porque la seguridad social, y con ella una posibilidad de salida, era todo lo que había para las prostituidas extranjeras, era mejor que nada, y porque me parecía más importante comparado con las preocupaciones de las prostituidas alemanas (que ahora tienen que bregar con las autoridades). Sin embargo me queda un sabor amargo.

Porque incluso resulta traumática la sensación de seguir estando apartada de la sociedad PERO al mismo tiempo estar siendo obligada (por las circunstancias, por ejemplo) y castigada por ello; estar siendo controlada y teniendo que pagar (impuestos) para poder sobrevivir; estar siendo, al mismo tiempo, abandonada por el estado PERO tratada de forma represiva; tener en realidad dos proxenetas, uno un tipo y el otro el estado. Tener miedo de las autoridades y de las instituciones del estado es algo muy extendido no solamente entre la gente pobre o los refugiados, sino también entre las prostituidas. Aún ahora, sufro con la horrible sensación de no poder reclamar algo a lo que tengo derecho. Me veo predispuesta a ver a las instituciones estatales como enemigas y a que me den medios infartos cada vez que recibo una carta de una autoridad.

Son comprensibles las demandas de las prostituidas alemanas, frente las cuales el estado se mantiene lejos. Me molesta cuando se piensa en las prostituidas alemanas como si fueran prostituidas voluntarias y como si pudieran salir de ello en cualquier momento sólo con quererlo. No hay solamente “prostituidas forzadas extranjeras”, por una parte, y “prostituidas voluntarias alemanas” por la otra. El 90% de todas las prostituidas quieren salir de la prostitución, mejor ahora que mañana, pero tampoco significa que al 10% restante se le pueda reprochar que apoyan el patriarcado o que son sus cómplices (y tampoco es que ese 10% esté constituido exclusivamente por mujeres alemanas). Quien tenga una visión en blanco y negro, haciendo la división entre prostituidas extranjeras, prostituidas raptadas, prostituidas forzadas encadenadas en un sótano y, como opuesto, prostituidas alemanas voluntarias, lo hace a la ligera. Y quien además llame a este último grupo “putas”, por hacerlo libremente, no está de mi lado. No es solidario con las prostituidas, para mi es solamente una cosa: un enemigo de las mujeres. Pues si una de nosotras es una “puta” entonces todas lo somos, y también lo son aquellas mujeres no prostituidas. La división de las mujeres en “mujeres honorables” y “putas” es básicamente patriarcal y no quiero que las mujeres lo vean como algo normal y lo asuman así para avergonzar a una parte de las mujeres prostituidas por lo que hacen.
Hay dueñas de burdeles y de negocios de este tipo que se han organizado bajo el pretexto de “sindicato de putas” (BSD / BesD,siglas de asociaciones alemanas de prostitutas) y que se ponen del lado de los derechos de los proxenetas y no hablan para nada en defensa de las prostituidas sencillamente porque se lucran de su abuso. Por lo tanto es lógico que estén en contra de la obligatoriedad del uso del condón y de elevar la edad mínima a los 21 años para el ejercicio de la prostitución. A estas personas pertenecen los llamados “administradores“ (explotadores) y de ellos son los ecos de los aplausos que hacen temblar las paredes.
Pero ellas no son “putas”.

Y ninguna de las llamadas “trabajadores sexuales” es una “puta”.
Y ninguna de las que lo hace libre y voluntariamente es una “puta”

En los primeros años, dicho sea de paso, yo también dije que lo hacía libre y voluntariamente porque la violencia de la que fui objeto me parecía normal. El abuso sexual era para mí sexo normal. La única solución (la prostitución) para mi precaria situación ERA al menos eso: una solución.

Cada una de nosotras las prostituidas tiene sus razones para lo que hace. No se debe jamás, bajo ninguna circunstancia señalar a ninguna de nosotras por hacer lo que hace.

En los comentarios (de Facebook) sobre un artículo de la revista VICE (“10 preguntas que no te atreverías a hacerle a una trabajadora sexual”) se dice que esa mujer apoya al patriarcado y que es tan inescrupulosa hacia otras prostituidas que enferma. Ella no es una explotadora que no haya tenido que poner su propio culo. Esta mujer también debe tener razones para su prostitución (y para dejarse torturar por dinero, dejarse insultar y dejarse inflingir dolor). No porque no nos presentó tales razones impresas en su camiseta no significa que no las tenga. No quiero decir que las mujeres tengan que justificarse por eso. No recriminamos a las mujeres que llegan a las casas de acogida para mujeres maltratadas y que luego vuelven con su maltratador porque apoyan así al patriarcado, o a las mujeres que no denuncian el abuso sexual o que hacen prácticas sexuales sado masoquistas. Siempre está bien tener en cuenta en qué estructuras se desarrollan este tipo de cosas. Pero lo que nunca está bien es responsabilizar a la mujer por tales estructuras y avergonzarla por aquello que la motiva internamente o que la obliga.

La prostitución es violencia y es una parte de la guerra contra las mujeres. En la guerra todo el mundo tiene las manos sucias. Visto así, yo también soy culpable y cómplice pues a mí llegaron hombres que querían perder su virginidad. Yo les dejé claro que necesitaba el dinero, pero con esto también les mostré que era perfectamente correcto y una linda experiencia ir donde una prostituida, y seguramente posibilité que lo repitieran. Dije por supuesto lo que ellos querían escuchar, que yo mi “hobby lo volví una profesión” (al pensar en esto ahora podría vomitar), es lo que se llama vinculación de clientes habituales y quizás ellos lo crean y lo generalicen con otras prostituidas. Visto de esta manera soy la victimaria para aquellas prostituidas a las que este putero les tendría que pagar después de mi. Pero no fue con mala intención, conscientemente o a pesar de tener otra alternativa, pues no tenía otra opción. A las mujeres no prostituidas que me señalan con el dedo les preguntaría con qué tipo de comportamientos apoyan al patriarcado, inclusive diariamente (¿haciéndo la vista gorda ante consumo de pornografía del hombre?, ¿no diciendo nada ante chistes sexistas de los amigos?, ¿no evitando ponerse tacones, a pesar de que duelen ya los pies, sólo porque una mujer debe verse siempre guapa?, ¿rasurarse la vagina porque los señores adictos al porno prefieren ver un coño que les recuerde a una chica prepúber?, ¿comprar cosas a una empresa que usa publicidad sexista?). No podemos culpar seriamente a las mujeres que se mueven dentro de tales estructuras por no moverse dentro de ellas sin llegar a ser tocadas.

Y es por esto que el abolicionismo es el primer paso no sólo para que las mujeres no TENGAN que prostituirse, sino también para que les sea PERMITIDO.
TODAS las madres solteras que viven de la seguridad social tienen derecho a prostituirse, sin registrarse y sin pagar impuestos.

Toda mujer tiene el derecho a prostituirse si cree que TIENE QUE  (en la mayoría de los casos no hay una “decisión” sino que no hay “ninguna otra opción”) porque se mueve en unas estructuras que (supuestamente) no le dan otra alternativa, ya que tiene hambre, conflictos psicológicos, traumas no resueltos o si cree que es divertido (aunque se descubra luego que al tomar esta decisión ya estaba condicionada por la violencia). Pero lo que no podemos olvidar nunca, absolutamente nunca, es que el abolicionismo NO aboga por prohibir la prostitución a las prostituidas, sino que aboga para que trabajen en condiciones en las que no estén en situación de “necesidad de hacerlo” y, sobre todo, castigar a quienes sacan provecho de la prostitución. Estos son: el estado, los dueños de los burdeles, los proxenetas y los puteros, y evitar la explotación futura.

Sí, las prostituidas alemanas tienen algunos privilegios en comparación con las extranjeras (hablan alemán y tienen seguro médico, por dar un ejemplo), pero esto no significa que haya que recriminárselos. Después de un año de haberme prostituido llegué a tal punto que era una sin techo (había vivido en el burdel), suicida y drogadicta. Y sólo porque hay y hubo mujeres a las que les había tocado peor que a mi, no significa que lo mio era estar bien, que yo tenía libre elección y que todo era maravilloso. Así como me fue a mi les fue y les va a muchas prostituidas.

Me duele el corazón cuando pienso que ahora todas la mujeres que tienen que sobrevivir de la seguridad social (y que quizás tienen niños que también deben sobrevivir) y quienes, naturalmente, no se pueden dar de alta, son extorsionables (y los queridos puteros sabrán aprovecharlo). Es terrible que la próxima Ley de Protección a las Prostitutas sólo nos dejó la elección de tener derechos básicos (servicios sociales y posibilidad de salida de la prostitución) para un grupo proporcionalmente mayor a costa de otro grupo de prostituidas con problemas con las autoridades, problemas que manifestamos y que no pueden ser ignorados. Es repugnante que un grupo marginado sea puesto en contra de otro también marginado y que una situación de mierda tenga que ser comparada con otra, que quizás sólo dentro de tal comparación resulte ser menos “de mierda”, pero que, en general, es suficientemente de mierda como para causar traumas, dependencia de sustancias, aislamiento y pobreza.

La próxima Ley de Protección a las Prostitutas, que por cierto no merece su nombre, no puede hacer nada, no lo hará nunca y no será otra cosa que una solución a medias. Era lo que podíamos obtener. Si no hubiéramos luchado, habría sido aún peor, una ley aún más amigable con los explotadores, más amigable con los puteros, más amigable con los proxenetas. Pero no será lo último por lo que peleemos, no puede ser la última batalla.

No olvidaré que al final de todo soy una prostituida, que quizás, quién sabe, AHORA no tiene que “trabajar”. No olvidaré cómo se deletrea la palabra represión, no olvidaré que todas nosotras, las prostituidas, ya sea obligadas por las condiciones o por un proxeneta, hacemos y hemos hecho lo mismo y, sobre todo, no olvidaré quiénes son los perpetradores: el estado, los dueños de los burdeles, los proxenetas, los puteros y todos los hombres que al final se benefician de la prostitución, y tampoco olvidaré a qué cambio de perspectiva pongo mi atención: el modelo nórdico.

ESTO significa para mi solidaridad hacia las prostituidas.

© Huschke Mau